Sunday, April 27, 2008

The Walters

Afuera llueve. Llueve tanto que el bosque reverdecido te impide reconocer el camino de regreso a casa. Por dentro, el mundo de maravillas intocables sigue siendo más o menos el mismo.

Cada mañana la bienvenida de esas paredes repletas de pequeños cuadros y nombres en los que reconoces a los de la oficina de al lado. Resalta la imagen tridimensional de una Mona Lisa, que en su pasividad, espera a que te detengas a su lado para sacarte la lengua. Regresarle el gesto es el saludo de complicidad y bienvenida.

Aquí las puertas pesan mucho. La primera que te encuentras es la más pesada de todas y la que indudablemente siempre encontraras cerrada. Esperar esa luz verde y empujarla con todas tus fuerzas. Al atravesarla hay que asegurarse que todos aquellos kilos vuelvan a su lugar y se selle de nuevo la entrada. La pared derecha contiene la historia de la fabricación de libros, marca con colores e ilustraciones la importancia del papel, la tinta y la imprenta. En la izquierda, los materiales necesarios para encuadernarlo a la manera primitiva y una larga explicación de su mantenimiento y conservación. Ahí también está la imagen del hombre que los trabaja. Only a touch in the screen y comenzará a explicarte incasablemente el método de la fabricación de libros, su conservación e importancia en el mundo actual. Desearía, que fuera de la pantalla, pudiera hablarme así de fluido, no con la desesperación de nuestras inarticulables tres palabras.


Sigo por el corredor para llegar a un cuarto repleto de estrellas distantes, brillantes, multicolores; puedes detenerte a mirar cada una de ellas con tanta determinación que la eternidad no se siente, por eso hay que pasarlo a oscuras, con los ojos cerrados o sin detenerte.

Tres pasos en el piso de mármol pueden salvarte del naufragio en el espacio. Pasas al lado de una Musa de Gai que custodia el lado izquierdo del arco que anuncia un palacio romano, siempre te imaginas cambiándote el vestido para bajar corriendo las escaleras hacia otra época. Sin embargo entras de frente a Italia, donde la madona y el niño de Frea, el de Bartolo, el de Lorenzo vigilan tus pasos sordos que se pierden en la alfombra al girar por la izquierda. Si no prestas mucha atención, no te darás cuenta que las paredes de ese nuevo pasillo tienen figurillas de bronce de la India del siglo XVII, y te veras repentinamente deslumbrado en el centro de un mausoleo, de pie frente a la familia azteca a la hora de la cena. Miraras sus caras tratando de descifrar el tema de conversación. Tal vez también pases por alto que detrás los chinos de la dinastía Ming y los japoneses del periodo Taisho han sido invitados a comer. Mandaron sus vasijas como representantes; la china, al lado derecho de la familia, esta callada en su pequeña caja de cristal; la japonesa, en una caja similar, descansa a la izquierda.

Quince escalones, descanso, once escalones más, abajo. Recorrer a oscuras Latinoamérica. Un espontaneo rayo de luz te cala en los ojos, estas en Asia. Encuentras "el momento de la victoria", pero siempre le das la espalda.

Tomas el ascensor detrás de Guanyin. El elevador antes de abrir sus puertas te concede cinco minutos de reflexión, después, ordenarle subir del piso dos al piso cinco, salir de él, meter la llave en la puerta de la derecha, empujar, y por fin descansar los libros, la bolsa y el almuerzo en el escritorio, el abrigo en la silla, recargar el paraguas contra la pared.

Así caminas las mañanas como se camina entre los sueños. Finalizas el recorrido de un viaje circular en el ático de la casa que te recibió en un inicio, para pasar 8 horas tras el escritorio, y después hacer el recorrido a la inversa. Salir a la calle donde aún llueve y emprender el regreso a casa por ese camino que ya no conoces.
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